Creces, experimentas, aprendes, crees saber como funcionan las cosas, estás convencido de haber encontrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo. Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece perfecto, cuando crees haber dado con todas las respuestas o, al menos, la mayor parte de ellas, surge otra adivinanza. Y no sabes que responder. Te pilla por sorpresa. Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que ese mágico momento en que dos personas deciden a la vez vivir, saborear a fondo las cosas, soñando, sintiéndose ligeras y únicas. Sin posibilidad de razonar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche. Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones...
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