Solía quitarse la sonrisa y ponérsela en los hombros en plena primavera, protegiéndose de las miradas. Cantaba en la ducha antiguos éxitos de los Beatles, como si todavía estuvieran sonando en la radio, y casi lo conseguía. Comía de los retazos de felicidad que dejaban los completos desconocidos cuando la veían. Llámame loco, pero a veces juraría que me enamoraba de ella, por un instante me enamoraba de los pequeños detalles, de las flores de su camiseta, del segundo agujero en su oreja, del remolino rebelde, de la peca en su mejilla. Hace tiempo que no sé de ella, probablemente esté comiéndose el mundo, por algún garito del centro de alguna ciudad abarrotada de gente. Siempre supe que estaba destinada a triunfar.
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