Cuando empieza agosto en el calendario ya nos empieza el agobio de tener que aprovechar los últimos días de verano. Y cuando vemos que ya llega septiembre empezamos a pensar en lo rápido que ha pasado el verano, en lo corta que ha sido su visita esta vez. Y con él llega el miedo a empezar de nuevo, las despedidas, los besos a distancia, los exámenes para los más perezosos, una nueva lista de propósitos que tampoco cumplirás este año... Vuelve el libro en la mesita sobre cómo sobrevivir a un sin ti. Por eso siempre pienso que quererse en invierno es de románticos, y enamorarse en verano es de valientes. Septiembre llega a ponernos a prueba. Quizá por eso es de los meses más odiados por todo el mundo.
Vuelve la ciudad que me ha enseñado a ser y a no existir, viene el otoño para probarnos lloviendo, para querernos confiando y vivir mandándonos besos para sentirnos más cerca.
Empiezan las prioridades y vendrán las consecuencias. Mi pobre septiembre, que a pesar de todo lo que traes contigo, yo te sigo queriendo igual. Aunque este año vengas con un plus de dificultad en mi vida, y aunque me estás ya asustando con lo que está por llegar.
Todavía es demasiado pronto para perder el tiempo escribiendo suposiciones... Pero nunca, nunca nada es demasiado.
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