Ante tantos cambios de aire, decidió hacerse dueña del viento. Ya no le importaba si a favor o en contra, hace tiempo aprendió a vivir a contracorriente, se saltaba los pronósticos como olas en el mar y lo de inventar su futuro se convirtió en costumbre a la hora de la siesta, ella siempre prefirió soñar despierta. Con los ojos cerrados eso sí, por si lo que veía a través de ellos le impedía reconstruir lo que en ese momento era una ruina, pero se trataba de su ruina. Ella soplaba más fuerte cada día y mil anticiclones se le formaban dentro de su cabeza, acostumbrada a temporales incontrolables, condenada a naufragios, no le importaba seguir escalando. Y entonces fue la arena quién le hizo darse cuenta de que los relojes funcionaban; pasaba el tiempo y la lluvia cada vez más débil se rendía a sus pies. Ella era la reina de ese lugar y de todo lo que sucedía allí, donde el cielo se posa sobre el mar, como si de un espejo se tratara... Se sentó a soñar con los ojos cerrados pero no logró verse reflejada, y los abrió. Tenían razón, estaba más arriba de lo que cualquier cerveza espumosa le había llevado. Tan pronto estás arriba como abajo, lo bueno es que cuando llegas a la cima no hay quien te baje. Ella siguió durmiendo entre lunas rotas, ya no le importaba lo que pasara alrededor, tenía todo a su favor. Y ahora, recién caídos del cielo... Es lo que tienen los días de lluvia. Pero mañana saldrá el sol porque "por la noche es probable que el viento sea variable".
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