lunes, 3 de febrero de 2014

Cuando parece que todo va a ir bien, te vuelves a derrumbar

El dicho de no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, deja mucho que desear. Yo lo escribiría de otras mil formas distintas, porque yo siempre he sabido lo que tenía y me he sentido especial por ello. Quizás todas las borracheras de después son las que te recuerdan lo mucho que quieres a esa persona, das a conocer tu tristeza al resto del mundo, qué triste y qué verdad más verdadera es esa. 

A veces, después de haber querido tanto, después de haberlo dado todo, cuesta tanto aceptar que todo en esta vida da no uno, sino varios giros inesperados. Hay que aceptar que no puedes basar tu vida en un plan pensado un domingo por la tarde, en el que a los dos os parece lo más fácil, porque total, os vais a tener para siempre. No, no y no. Que no seáis ilusos, que al final todo va por el camino que le apetece. Que está muy bien eso de disfrutar al máximo el presente, pero también hay que tener en cuenta las consecuencias. Me refiero a que no puedes tirarte al vacío sin ni siquiera un arnés que te sujete para cuando estés llegando al final, que eso no ocurre ni en jackass, así que sé un poco realista, y piensa en agarrarte bien antes de dar el gran salto. Que el amor sin locura no es amor, se quedaría solamente en cariño, pero que no tenemos corazones de hierro y que cada amor, cada desamor, cada alegría, cada decepción, nos deja una cicatriz distinta. Y nadie te habla del después, nadie te dice en la tormenta que está al venir, solamente te dicen que aproveches los rayos de sol, que los días soleados escasean últimamente. Hay cosas de las que uno mismo tiene que darse cuenta, y eres tú el que tiene que hacer las cuentas, poner en una balanza y decidir lo que realmente merece la pena y lo que no. 


Yo arriesgué, gané el amor de mi vida y ahora estoy sufriendo alguna que otra consecuencia. Lo normal, lo raro sería que no me importase nada una mierda. Y por fin, a día de hoy soy capaz de agradecer incluso los malos ratos que he pasado después, los malentendidos, algún que otro rencor, un par de discusiones, reconciliaciones fallidas y el dolor de aceptar todo lo que ya no es. Ya puedo ver que todo esto no es más que el final de algo que fue maravilloso, que cuando mejores cosas recibes, luego llega el peor de los finales. Pero sigo viendo la balanza a mi favor, me sigue pareciendo que he ganado, que nunca me arrepentiré de aquella decisión que tomé, que a pesar de todo, ha merecido la pena, ha merecido las alegrías y ha merecido un hueco en mí para siempre. 


Lo único que no me gusta de todo esto es mi cabezonería, mi manía por no querer cambiar las cosas de su sitio. Siempre he necesitado un empujoncito de fuera, ¿te acuerdas? siempre me lo decías, y gracias a ti puedo ver las cosas más claras y ordenar un poco más el caos que tengo en mi cabeza. 


No sé cómo, pero me parece que voy encontrándome por la vida con las mejores personas que existen, con las que llenan mi vida y saben sacar lo mejor de mí. No pienso olvidarme de nada ni de nadie, porque todo forma parte de mí, todo lo que me pasa me ayuda a madurar, a cambiar, a prepararme para todos los años que me quedan por vivir, todas las experiencias, todos los amores y respectivos desamores que llegarán. 


Solo me falta una cosa, el miedo a volver a empezar, pero eso ya es otro tema, algo que llevará más tiempo de lo normal. Lo único en lo que me centro ahora es en no dar más vueltas, porque muchas veces nos perdemos las pequeñas alegrías mientras esperamos la gran felicidad. Que no seamos tontos, que la felicidad no es más que la suma de esas pequeñas alegrías de cada día. 


Y que la felicidad, se lleva dentro. 


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