Al cuerno con la gente que nunca se salta las normas, con la que nunca hace nada espontáneo, con la que nunca llega tarde a nada. Que se vayan al cuerno los que no saludan ni dan las gracias. Al cuerno con todos los que no miran a los ojos cuando hablan con alguien. Al cuerno los que no suman, los que más bien restan. Los que restan buen humor, los que hacen sombra, los que quitan la ilusión. Al cuerno con la gente que siempre lo ve todo medio vacío, desde vasos hasta corazones. Los que siempre te buscan la vuelta y las cincuenta mil patas al gato.
Al cuerno con todos ellos. Y también con los que no saben apreciar un buen gesto. Con los que hablan por hablar, con los que tiñen la mala educación de sinceridad, con los que no saben ni cuándo callar ni cuándo parar. Al cuerno. Que se vayan al cuerno todos esos cobardes llenos de palabrería, y también quienes juzgan sin saber y opinan por empatizar. Los del “quedabien”. Al cuerno, también, los buenos que no hacen nada por condenar a los malos. Los que miran a otro lado. Los que duelen, los que dañan, los que roban.
Y al cuerno también con las apariencias. Y con la gente que decidió dejar de luchar, con la que decidió rendirse, con la que no se quiere. Al cuerno los que dejan de arreglarse cuando ya se han ganado a la novia (y viceversa). Al cuerno con las dietas y los complejos. Con los estereotipos. Con las barbies y los héroes fibrados. Con la piel de naranja y las patas de gallo. Y al cuerno también con los vestidos ajustados y los tacones altos. Y sobre todo, al cuerno con las necesidades que nos hacen creer que tenemos y que NO tenemos. Y la gente que critica los kilos de más y los kilos de menos. Que cada cual es como es, y quien no lo entienda, ya se sabe el camino “al cuerno”.
Y que se vayan al cuerno también los miedos. Todas las inseguridades que nos evitan avanzar y ser felices. Todas las lágrimas que no sean de alegría. Todo lo que nos meta en una burbuja y nos impida ver la realidad. Que la realidad está para verla y, por supuesto, para vivirla.
Y que nos quede la risa cuando nada más nos quede. Que nos salga la risa de cuando estás enfadada y no te quieres reír. La risa de cuando la paz, la paz de cuando se acaba la guerra. La risa que sale de dentro. Que todos tengamos algo o mejor dicho, alguien, que consiga provocarnos esa clase de risa. Que todos tengamos algo que contarle a la almohada esta noche, algo que sentir, algo por lo que vivir, algo que cuente. Porque lo demás no cuenta, de verdad.
Lo demás, en serio, está de más.
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