sábado, 21 de noviembre de 2015

A favor y en contra

El amor y el desamor. Todo tiene sus fases. Y la misma persona que en su día rogó las migajas de una relación de pareja, la que te pareció una idiota desperdiciando su vida esperando a que el milagro sucediese, también consigue recomponerse, también recupera la sonrisa y ese amor propio del que tanto hablan pero que tan poca gente conoce de verdad. Y ve desde fuera, desde la sabiduría que la curación te proporciona, todo ese tiempo que perdió, o que no gastó bien o con la persona adecuada, y se siente ridículo. Y piensa que “cómo pude hacer eso, decir eso, mandar ese mensaje, perdonar tanto, olvidar tanto”. Todos llegamos a ese punto, a esa conclusión. Y nos llegamos hasta a avergonzar de ciertos comportamientos. Y rogamos, rezamos, o cruzamos los dedos esperando a que ni nos vuelva a pasar lo mismo, ni volvamos a actuar del mismo modo.
Esperamos haber escarmentado, haber aprendido, haber crecido.
A veces lo conseguimos a la primera. Otras veces nos hace falta más de un coscorrón.
Olvidamos que el amor tiene un componente irracional que todos desconocemos y que nadie puede controlar, aunque creamos que sí. ¿Crees que sabes mucho del amor? Espera que llegue alguien que te rompa los esquemas, alguien que llegue a por todas hasta tu corazón y que luego, no haya luego. Espera que eso pase. Y entonces, cuéntame cuánto sabes del amor.
Todo el mundo cree que sabe cuál es la forma adecuada de llevar una relación. Y la verdad es que la teoría nos la sabemos de pe a pa, como la tabla del cinco o el abecedario. Sabemos lo que está bien y lo que no (o al menos deberíamos). Pero quién no ha perdido los papeles cuando algo se le ha escapado de las manos. Quién no ha sentido inseguridad si algo ha comenzado a ir mal. Quién no ha temido perder. Y la ha cagado. Porque el miedo es el peor compañero, el tercero en discordia que nadie quiere que aparezca entre dos que se quieren. Pero quién controla todo eso. Quién es qué para decirle a la gente cómo debe sentir, aunque sea nocivo para ellos, aunque sea un amor totalmente tóxico. Cuando una persona se ve envuelta en un “amor” así, no lo ve, y por más que le digas, “por ahí, no”, ni caso, como quien oye llover.
A todos nos gusta opinar, a mí la primera. Pero creo que no siempre opinamos ni desde la empatía, ni desde el recuerdo. Parece que bloqueamos nuestras carencias y frustraciones reflejándolas en otros. Como si criticándolos a ellos obtuviéramos algún tipo de salvación. Como si a nosotros nunca nos hubiera tocado el lado perdedor. Y nos sentimos bien, parece ser. Pero creo que deberíamos hacer más introspección y menos debate. Porque todos tenemos taras, traumas, problemas que nos han convertido en quienes somos. Faltan psicólogos y sobran redes sociales. Falta amor real y sobra resquemor basado en miedo y decepción.
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La conclusión a la que llego es que rechazo esa faceta mía que tanto me costó superar. La de la chica que espera, que se conforma, que aguanta no ser querida como siempre ha soñado serlo sólo porque cree que no va a encontrar a nadie mejor. Esa chica, joder, ¿quién querría ser esa chica?
Y ahora no es que sea más inteligente. Ahora no es que sepa más sobre el amor ni sobre la vida. De hecho, no sé nada, porque a los hechos me remito. Los que más escribimos sobre algo, somos los que menos sabemos, los que más necesitamos entender poniéndolo en palabras porque no tenemos ni idea de lo que va la cosa. Cuando hablo sobre el amor, no hablo desde el conocimiento, hablo simplemente desde la esperanza.
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Post.Data.
El amor está para sentirlo, no para entenderlo. No queramos entenderlo tanto, busquemos ser felices por nosotros mismos, sin necesidad de nada ni nadie más, ni de hacernos mil preguntas sin respuesta. Y estoy segura de que, en medio de esa búsqueda hacia la felicidad, llegaremos a  comprender, sin más, muchas más cosas de las que nos pensamos.
- La chica de los jueves -

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