Nuestro verso siempre estará roto, lleno de espinas de asfalto, cristales rotos por el suelo, y cuchillos oxidados.
Dejamos pendientes estribillos ya escritos antes con buena letra y cantamos en silencio dos estrofas diferentes llenas de nombres vacíos que se llevaba el tiempo. Quién sabe si en tu agenda seguirá escrito mi nombre sin tachones de arrepentimiento, de frustración o de enfado. Quién sabe si es tarde para pedir perdón o pronto para volver a verme. Que sé que no todo lo cura el tiempo, que hay cicatrices demasiado intensas y dolores demasiado fuertes. Los dos lo sabemos.
Que hay verdades que duelen más que mil mentiras.
Sólo he venido a decirte que en mi agenda sigue siendo veintitrés de diciembre. Que sigo siendo igual que entonces, siempre con la sonrisa a cuestas y mil caricias preparas. Pero ya no quemo en distancias cortas, ni el largas. Ya no caigo tan fácilmente en mis errores de siempre. Que parece que me voy encontrando, que voy abriendo los ojos a la realidad que tanto disfrazas. Nunca es tarde para darse cuenta de que uno ha sido engañado; nunca es tarde para aceptar que uno ha estado equivocado.
Sólo el tiempo dirá. Si las cosas quieren volver a su sitio, volverán. Pero está claro, que solas no vuelven.
Y nada más que un consejo: No te agarres en las curvas, levanta las manos y grita. Porque de mientras, podemos estar sacando una foto para que algún día quede al menos el recuerdo de nosotros pilotando aquella historia de dos chicos sin miedo a quererse, y sin miedo a ser felices.
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