viernes, 13 de diciembre de 2013

Siempre con una sonrisa en el bolsillo

Ella siempre lleva una sonrisa en la cara, y otras mil en el bolsillo. Le encanta picarme, decirme las cosas al contrario de cómo las piensa, y cómo no, estar un segundo después abrazándome. Esa es la mejor parte. Porque no aguanta, porque lo sé. ¿Os lo podéis creer? En un minuto somos capaces de haber pasado por mil piques y mil y un momentos de abracito. Ese puede llegar a ser el gran nivel de retraso que tenemos. Y qué felices somos así, ¿o no? Cada día que pasa, cada vez que voy madurando poco a poco, me voy dando cuenta de que la vida son los pequeños detalles. Es vivir y disfrutar de los momentos, aprendiendo de las personas que tengo a mi alrededor. Porque cada día el tiempo pasa más rápido y las personas se van con él, así que hay que saber con quién quedarse. Y esta canija ha conseguido que de la nada haga todo. Así de sencillo. 

Igual no encuentro las palabras exactas para describirlo, para que con lo que digo otras personas sean capaces de ser feliz con cosas tan simples, como lo soy yo. O igual, simplemente hay que toparse con la persona adecuada, y no haya nada más que hacer que dejarte guiar por ti mismo. Esa persona que no hace falta que pasen los años para saber que va a estar siempre ahí; que no necesite darte mil razones para confiar en ella, porque desde que la conoces sabes que puedes; que piense lo mismo que tú. Quizás esto último sea lo más importante, ser tú lo mismo que piensas de esa persona. Y eso se consigue pocas veces en la vida, creedme. Seguramente que a lo largo de una vida se conozcan a muchas personas y todas ellas puedan llegar a hacerse indispensables, cada una a su manera. Pero yo hablo de otra cosa. Sabía que no iba a saber explicarme, pero aún así he seguido escribiendo... Vamos a ver, hablo de una amistad, una de esas de verdad, alejada de los malditos intereses con los que la gente se empeña en convivir. 


Hablo de nuestros viajes de fin de carrera, del viaje a la Riveira Maya que tenemos pendiente de hacer, de la privada que vamos a montar juntas, de tu ahijada, de hacer la llamada de rigor todas las noches durante nuestra vejez... 

A decir verdad, me sobran muchas palabras, porque con haber escrito eso último, a mí me bastaba. Pero quería poder explicártelo a ti, y conseguir sacarte alguna que otra sonrisa.

Y no podía faltar el refrán de tu santo: 
"que me conserves la risa", que la vista ya la tengo fastidiada. 

Fdo: El pequeño koala

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