Tal vez nunca nadie entienda que hoy haya entrado en una librería sólo por estar rodeada de libros y sentirme en paz. Y olfatear sus historias, y beberme sus letras, y sentir las horas de trabajo, la magia, el esfuerzo. Tal vez nunca nadie comprenda que necesite, al menos, una vez por semana sentarme aquí, de cara a ti, dispuesta a abrir mi corazón para quien lo quiera leer. Tal vez nunca nadie logre meterse en la cabeza de alguien que tiene tantos cables sueltos, tantos cortocircuitos, tanto por hacer. Tal vez nunca nadie sea capaz de adentrarse en un armario tan lleno de trastos, en una lista con tantas cosas pendientes, en todas esas tareas que pospongo porque odio, en todas las revistas que nunca compro o en las series que siempre tengo en pendientes.
Puede que nunca nadie sepa que trabajo tanto ahora para poder trabajar menos, para poder escribir más, para poder dedicar mi vida íntegramente a imaginar amor, vida, sueños, tiempos, lugares. Porque cuando se tiene una meta no hay que poner vallas, hay que correr, dejándose la piel en el asfalto, hay que sudar la camiseta, luchar por ello, latir por ello. Porque no puedes simplemente producir para los demás. Cuando tienes un tesoro, no puedes dejar que coja polvo, has de limpiarlo a diario, tienes que seguir sacándole brillo, y tener claro que primero el uno y después el dos. Que siempre he odiado que me dijeran esa expresión cuando he ido muy estresada a clase, porque creo que es muy fácil decirlo, pero muy complicado practicarlo. Pero sí. Orden. Establecer un orden es justo: es lo más justo.
Puede que nunca nadie comprenda que haya días que no sea superwoman, que por momentos prefiera estar sola, que me guste pensar, que me encante perderme por la ciudad sin necesidad de un compañero de pasos. Puede que no se entienda que, a veces, prefiera callar antes que explotar, bailar antes que comprar, reír antes que gritar. Que cada vez me gusta menos la gente que grita, que habla mal, que desprecia. Que deberían tener un botón de apagado. Que son muy pesados. Que nunca ganarán ninguna batalla mas que la de quedarse sin voz.
Tal vez nunca nadie entienda que sigo llorando con cualquier gilipollez, como si fuera peque otra vez, y que prefiero que así sea, porque si pierdo mi parte de niña, lo pierdo todo. Porque perder nuestra parte infantil es como quitar del bolso las llaves y dejar sólo el maquillaje. Y reconozco que me gusta sentir esa parte humana que renace de las entrañas de la chica que se cree capaz de todo, pero que algunos días, sólo necesita un beso en la coronilla y un “todo irá bien”.
Bueno. Y recuperando el tema, no sé si alguien en este mundo compartirá mi amor por la música cursi, por el blanco y negro, por el amor inmortal, por los poetas muertos y también por los vivos. Por París, por las flores, por los faros. Por las caracolas de chocolate y las pizzas de barbacoa. Alguien que entienda que cocino menos de lo que en realidad me gustaría, que no aguanto madrugar, aunque me empiece a acostumbrar. Alguien que entienda que veo todas las pelis de amor, amor-comedia, comedia, terror y miedo, habidas y por haber. Alguien que respete que siempre lleve camiseta de tirantes debajo de cualquier jersey. Alguien que sepa cuándo miento y cuándo digo la verdad. Alguien que tenga la capacidad de medir la anchura de mis ojeras y saber de dónde provienen. No sé si ese alguien existirá, aunque espero que sí.
Y tampoco sé si habrá alguien que entienda que siempre mensajeo y que no suelo llamar, simplemente por vagancia, pero en el fondo me gusta que me llamen y hablar por teléfono. Y que últimamente me da pereza hasta eso, mensajear. Que ojalá tuviera la capacidad de comunicarme con la mente. Y ya está.
Tal vez nunca nadie entienda que cuando quiero, quiero con todo, desde las pestañas hasta las uñas de los pies. Que me tiro al agua. Que soy capaz de andar descalza por las brasas si al final del camino está quién sea que tenga que llegar. Que odio tirar toallas, frenar en seco, pegar pies al suelo. Que sigo brindando por todas las veces que me perdí en un beso sincero. Que esos besos son los que componen los cimientos de las calles por las que caminas, el mundo, la tierra, el todo que te envuelve, la manta que te tapa.
Pero tal vez nunca nadie llegue a saber lo que esconden tantas palabras. Porque las palabras hablan mucho más por lo que callan que por lo que cuentan. Siempre hay alguna pausa, algún blanco, alguna coma que pones o que quitas, algo que yace detrás de la obviedad. Si encuentras alguien que vaya más allá de tus obviedades, si hallas entre tanta alma perdida algún valiente que decida cavar entre tantas y tantas líneas buscando lo que nunca cuentas, nunca le pierdas. O al menos intenta no hacerlo.
Porque cada vez es más complicado encontrar primavera entre tanto invierno.
Porque tal vez nunca nadie entienda de qué está compuesto mi corazón. Tal vez nunca nadie comprenda, no por no poder, sino por no querer. Tal vez nunca nadie lea este post con los ojos con los que yo lo he escrito, pero, ¿sabéis algo? Me da lo mismo. Porque mientras yo me entienda, qué más da que el resto no lo haga.
Porque hace algún tiempo descubrí que mientras tú estés agusto contigo mismo, da igual todo lo demás. Y desde entonces, y aunque nunca nadie lo entienda, cojo mis cascos y a veces un libro de poesía o frases bonitas, y me voy a un sitio bonito. Yo sola, con el paisaje, con el aire en la cara y una bonita música de fondo. Si hace falta llorar, se llora, si hay que desahogarse, adelante, qué mejor que contigo mismo, que te conoces bien.
Porque bien pensado, creo que esta vida es como un gran parque de atracciones por el que vale la pena pagar entrada. Y si nadie se sube contigo a la montaña rusa, qué más da. Ponte el cinturón de seguridad y disfruta de la vuelta, aunque nunca nadie entienda que viajes sola.
Y que encima, te guste.
- La chica de los jueves -
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