De todo lo que tengo
que hacer, nada es más interesante que esconderme debajo de las sábanas e
imaginar(nos en) Manhattan recubierta de nieve. Y pasear por Central Park
mientras suena de fondo Frank Sinatra. Y me saques a bailar. Volvernos locos al
llegar a Times Square. Que me grites que me quieres, que la gente mire, que yo
me ponga roja, tú te rías y me abraces, como haces siempre. Subir al Empire
State, hacernos una foto como si fuéramos dos turistas cualesquiera y que me
digas: te la regalo, te regalo Nueva York. Y ya está. Ya no puedo dejar de
soñar. Ya queda plasmado lo mucho que necesito el romanticismo. Ay. Que no, que
yo siempre he sido así. Pero los hombres ya no sabéis hacer eso, lo habéis
olvidado o perdido y todo es más gris.
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