Que venga a por mí y me recoja en sus brazos amables. Que me diga que hoy soy especial. Que no haga que me esconda de lo que llevo dentro. Que me apriete fuerte y me sonría con ternura y amor.
¿Hay alguien que me quiera por ahí? Porque se me ha caído mi cielo, y ya no tengo nada en lo que creer.
Siento esa cuerda invisible cuando cierro los ojos y cuando los abro. Cuando miro, cuando ando, cuando tiemblo, cuando lloro y cuando estoy en mi cuarto en la soledad de la noche que no me deja dormir.
Quisiera ser feliz pero no puedo. No puedo. No puedo.
Y le prometo a todo el mundo que quiero: quiero ser feliz. De verdad. Pero ¿cómo puede serlo alguien sabiendo que no puede tener lo que más desea?
Debo conformarme, ya lo sé. Pasar a otra página del libro. Ignorar lo que dicta mi corazón. Decidir de una vez por todas que todo está perdido.
Admitir el final.
Sin embargo, no es tan sencillo renunciar. No es nada fácil olvidar que lo que sientes no se va a ir, que se va a quedar.
Y mañana al despertar volveré a sentir la misma impotencia y la misma angustia por seguir sintiendo lo que siento.
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