No sé cómo describirlo, ¿conoce alguien la mejor sensación del mundo? Pues esa esa, justo esa, es una mezcla de bienestar, de felicidad, comodidad, de no querer despegarnos el uno del otro, de amor, sobre todo es de amor. No sabes lo que es estar todo el día tumbada con él en mi cama, abrazados, cómplices, mirándonos, picándonos, agusto, queriéndonos como antes, como nunca. Es que no es la situación, es él, porque con nadie más me serviría, tiene que ser él. Es pensar que estamos en nuestra casa y que podemos hacer lo que nos de la gana, podríamos hacer mil cosas, pero lo único que hacemos es no separarnos, y no, no es ni empalagoso, ni demasiado así ni demasiado asá, es de lo mejor. Podríamos estar así toda la vida, pero nos acabaríamos muriendo, porque todo lo demás pasa a un segundo o tercer plano. Nada más existe, y funciona por un día, pero acabaríamos muriendo de hambre o deshidratación, una de dos. Y pensar que tenía alguna duda aquí dentro de si sería diferente ahora, pero no, tonta soy de pensar eso, no es como antes, es que es mejor. Es igual, es inexplicable, es que le quiero, que hace un puto minuto que le he dejado yéndose en coche y ya le echo de menos. Echo de menos estar como hace un rato, eso es lo malo de las cosas buenas, que me acostumbro y cuando tienen que acabar no quiero, me pongo nostálgica. Como con esto con muchas otras cosas. Esto es especial, cuando estamos juntos cada uno se vuelve el centro de atención del otro, es inevitable querer que me abrace, que me trate como él dice como una princesa. No sé por qué por un tiempo renunció a esto, a mí, no podría superar que pasara otra vez. Pero él se ha dado cuenta de que me necesita como yo a él, y lo único que espero es que nunca deje de hacerlo.
Le quiero, ya lo sabía.
Atentamente, tu disco de vinilo.
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