sábado, 17 de marzo de 2012

Ese insomio que te entra cuando menos lo necesitas.

Esa sensación de estar malagusto, de encontrarte mal, de estar de bajón. De seguir bajando. De estar en una bici con los frenos rotos y cuesta abajo. Que te agobias, que te agobian, que agobias a los demás. Que sientes algo, pero no sabes muy bien el qué. Que te quedas atrás, que las cosas a tu alrededor cambian, las personas evolucionan, son felices y siguen con sus vidas. Tú no quieres ver la realidad, estás estático, no puedes seguir. Estás ahí, sin estar, no porque quieres, es lo que toca. Que los demás se vuelquen en el presente, en el futuro, y tú sigues atrapado en el pasado, vives de recuerdos, peleándote con el presente. Y eso, no es vida. Te ayudan, los que lo intentan. Te dejas ayudar, a veces, ¿pero para qué? No hay solución para eso. Es cosa tuya, contigo mismo. Te dicen que no cierres la puerta, que la dejes abierta... Ojalá pudieras, pero no tienes poder sobre esa puerta. Está cerrada y tú no tienes la llave. Alguien tiene que encontrarla, abrirla y no volverla a cerrar. Eso es lo que esperas, que alguien la abra por ti, porque tú solo no puedes. El problema es que quieres que la abra una persona en especial, que sabes que no lo va a hacer. Porque es inexplicable y nadie puede entenderlo. Solamente tú mismo, a veces ni eso. No existe consuelo, sólo existe fuerza de voluntad y amor propio. No necesitas ayuda, necesitas apoyo. No necesitas compasión, necesitas cariño. No necesitas distracción, ya tienes bastante en tu cabeza. No puedes estar bien, pero puedes fingirlo. Por los demás. Porque es esa sensación. Es la que deseas con todas tus fuerzas que se vaya, desaparezca y no vuelva en mucho tiempo. Porque hay que apretar los frenos a tope, para que la bici se pare. Eso es lo que necesitas, parar y tener tiempo para pensar, y sobre todo para encontrarte contigo mismo. No intentes demostrar nada a nadie, demuéstratelo a ti mismo. Que quieres intentarlo, que quieres aprender a ser feliz.

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