domingo, 12 de octubre de 2014

De tantas cosas se aprende...

Al amor de vuestra vida.
Por todas esas veces que se te olvidó darle los buenos días, por las veces que discutisteis porque vio el wassap y no os contestó, y por todas esas veces en las que las “buenas noches” fueron una manera de zanjar la conversación.
Este mensaje es por todos esos años en los que hemos vivido engañados. Pensando que nuestro príncipe azul iba a plantarse delante de nuestra puerta. Puto Disney. Porque nadie nos dijo que las cosas iban a ser un poquito más complicadas que en las películas. Que para conquistarte no van a enviarte doce ramos de doce rosas, y que tampoco iba a ser necesario.
Por toda esa gente que te ha aconsejado con quien puedes y con quien no puedes estar. Por todos esos consejos que, buenos o malos, has dejado atrás. Porque, al final, uno no puede evitar volver a llamarle. Aunque tú le dirías lo mismo a tu amiga, porque tu amigo se está arrastrando y ella se está riendo de él, porque él ha estado con demasiadas y lo saben todos menos tú. Por ese tipo de ocasiones, en las que las cosas se te van de las manos, por las que contestas en caliente y en frío no sabes cómo olvidarlas.
Por esas tardes de película y manta que valen más que cien viajes por el mundo. Porque hay mil maneras de arreglarte el día y se las conoce todas. No sabes cómo, pero lo hace. Y tampoco conoce nadie mejor que esa persona, como amargarte el día, la semana, o el año. Pero no la vida, porque eso sólo lo sabes tú.
Siempre nos lo decimos, acabarás con quien menos te lo esperes. Mucho mejor, las cosas planeadas suelen salir mal. Mejor darse a la improvisación.
 Pensar tanto para unas cosas y tan poco para otras. Y no sabes cómo pero siempre se te ocurre la mejor respuesta cuando lo piensas en casa un par de horas después. Cuántas veces te has callado, o has hablado demasiado. Cuántas veces te ha podido el orgullo. Ay, el orgullo. Cuántas veces sientes que diste demasiado y recibiste tan poco, o al revés. Qué facilidad para rendirse. Muchos dicen que los tiempos que corren son los peores para el amor. Que ya no se saca a bailar. No lo creo, porque estoy segura que más de una ha llorado con esas proposiciones tan bonitas que hay en Youtube. Porque no hace falta un velero en medio del Mediterráneo con fuegos artificiales. Y nunca he bailado muy bien.

Y porque cada uno demuestra las cosas a su manera, cara a cara o con iconos del móvil. Pero lo que está claro, es que muchas veces no se demuestra nada, y por eso mientras has leído esto has pensado en alguien.
Os habéis equivocado de amor de vuestra vida muchas veces. Y eso está bien.

Donde empiezan los cambios

"¿Quién determina cuando lo antiguo acaba y empieza lo nuevo? No es un día en el calendario, ni un cumpleaños, ni un año nuevo. Es un evento, grande o pequeño. Algo que nos cambia. Algo que nos da esperanza. Una nueva forma de vivir y de ver el mundo, soltando las viejas costumbres y memorias. Lo importante es que nunca dejemos de creer que podemos tener un nuevo comienzo. También es importante recordar que, entre todo lo malo y difícil, hay algunas cosas que siempre merecen la pena guardar."

Las cicatrices invisibles

Te hicieron daño. Sin causas, sin motivos, sin expectativas. Sucedió y, desde entonces, sin querer, como acto reflejo, como muralla para tu castillo, no eres la misma persona. Tienes las puertas cerradas. Y lo entiendo.
A todos nos han hecho daño alguna vez. Y te sueltan esa frase de que el dolor nos hace fuertes, pero tú no quieres ser fuerte, sólo quieres que pare. Quieres acabar con esa realidad que te presiona el pecho unos segundos después de despertar, cuando todos los recuerdos nublan tu mente una vez más. Siempre presentes. Siempre presentes. Siempre presentes. Como tu canción favorita sonando en el tocadiscos una y otra vez hasta que se raya. Y en ese momento, en el que la calma del sueño te abandona para caer de golpe en la realidad, ese momento es eterno. Y, por cierto, es una mierda.
No te lo esperabas, pero te hicieron daño. Tú diste todo o estabas dispuesto a darlo. Por qué. Confiabas en esa persona, nunca te lo hubieras esperado y, desde luego, jamás se lo hubieras hecho tú. Por qué. No lo sé, probablemente ella tampoco y, también, probablemente si hubiera podido escoger, no lo hubiera hecho. Pero así somos, jodídamente imperfectos, carne y hueso, arrasando con lo que encontramos a nuestro paso. Como un huracán, sin calma. Pero por mucho que nos moleste, si tiene solución, ¿de qué te preocupas? Y, sino la tiene, lo mismo te digo, ¿qué va a cambiar las cosas? Que vayas por ahí con la cabeza hundida entre los hombros no va a hacer que un dios se dé cuenta de que estás ahí y te compense por esos años y años de decepciones. Que te metas en la cama y te tapes con las sábanas no va hacer que, cuando te destapes, te encuentres en el mismo lugar, en la misma situación. Que nada haya cambiado. Que todo siga igual. El tiempo de la tormenta lo escoges tú y tus ganas de encontrar la calma. No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante.
Y después de todo ese dolor, cuando ya no lloras, y la presión del pecho disminuye. Cuando esa persona deja de importante y sólo quedas tú, ya no eres el mismo. Y no te culpo, porque todo lo que pensabas se echó a perder, y tu mundo de princesas y castillos encantados se convirtió en un cuento de niñas. Y lo es, porque la verdad muchas veces hace daño, y eso está bien. La verdad tiene que doler de vez en cuando. Hacer oídos sordos a nuestros problemas, dar de lado a personas que te quieren quitar la venda, no vale de nada. Después de ese dolor, lo único que tienes es a ti, y a todas las personas que dejes entrar en tu vida, y eso es más de lo que ninguno podríamos desear jamás. Tienes la llave de las puertas de tu vida, tú decides a quien invitas. Eso no te lo podrá arrebatar nadie, nunca. Y, si lo intenta, no pierdas el tiempo con una persona así.
Y ya no eres el mismo. Con pies de plomo te dicen muchos. Un cuerpo lleno de cicatrices invisibles que, de vez en cuando, sangran. Tienen razón, arriesgarte a ser decepcionado de nuevo es un riesgo innecesario. Para qué, les dices tú. Y te alejas, de todas esas personas que pueden darte tanto. Eres más frío, desconfiado, más insensible, más inaccesible. Eres imbécil, porque te diré algo, te estás equivocando.
Te quedan muchas decepciones por vivir, muchas lágrimas que derramar, y muchos chascos que llevarte. Y puedes hacerlo sólo o en compañía. Si crees que alejándote del mundo va a hacer que te sientas mejor, estás muy lejos de la verdad y, por cierto, estás siendo ridículo. Estás malgastando mucho tiempo, y créeme, no nos sobra. Te quedan muchas cosas que compartir y mucha gente a la que conocer, a la que harás mucho daño. Y tal vez, cuando ellos lean estás palabras estarán pensando en ti. No le cierres las puertas de tu vida, porque seguramente es una persona increíble que te estás perdiendo. No vayas con miedo, no controles tus ganas de darle un beso, de contarle tus secretos inconfesables o parecer ridícula de vez en cuando. No vivas con pies de plomo, es una carga innecesaria.




PD: Date una oportunidad y sino, una buena hostia, al fin y al cabo de vez en cuando nos viene bien.

martes, 7 de octubre de 2014

Lo que te dejaste

Me quedo con la vez que me dijo que era grande, que tenía la sonrisa más pura y que mis ojos eran el mejor reflejo de los atardeceres que sigo viendo. Pero sin él. Me quedo con aquel momento que me miró arqueando una ceja, dando por hecho que estaba loca. Con los viajes que planeamos y los que no hicimos en su coche. Con la vez que no fuimos a la playa y con la promesa de dar la vuelta al mundo que no cumpliremos. 

Con sus muecas y su risa cuando yo decía algo que no tenía nada de gracia, con su manera de atiborrarse de comida y con esa canción. Tú sabes cuál es. Con las fotos que nunca nos hicimos y con la forma tan ridícula que tenía de imitarme. Con las camisetas que le quedaban demasiado bien y su sudadera favorita que también era la mía.
Con los colmillitos que aparecían con esa sonrisa que me volvía loca y con sus ojos que se veían aún más bonitos mientras dormía. Con la primera vez que lo vi dormir y escuchamos de fondo “Quién me ha robado el mes de abril” y nos echamos a reír. Con mi abril de ese año del que él se adueñó.
Y con esos benditos días de verano y los días tachados del calendario con ganas. Con los días que pasamos a cientos de kilómetros, los que pasamos a centímetros y los que sólo nosotros sabemos que pasábamos. Con ese techito de estrellas.
image
Siempre me quedaré con las contadas veces que me besaba el cuello, la manía de echarme el pelo hacia atrás. Y con las idas y venidas. Con la vez que me cogió a hombros en medio de toda la gente y también cuando bailamos ese baile raro en medio de un bosque. Con sus reflexiones que me fascinaban, con las noches que nos escapábamos muy cerca de casa y los días que estábamos a muchos metros de altura. Que no fueron pocos.
Con el día que pude darle dos besos sabiendo lo que ya no éramos y con las palabras que me hicieron saber que podríamos volver a ser.
Me quedo con la hipótesis de una vida a su lado que siempre supe que me encantaría.