martes, 24 de noviembre de 2015

Amor, verdad, justicia y vida

“Ni salud, ni dinero, ni amor. Bueno, amor sí. Pero igual no tal como nos lo han enseñado. Además, en el resto hemos errado mucho el tiro, hemos andado muy equivocados, y así nos ha ido, la verdad. A todos en general y a mí el primero. Porque tener las tres cosas a la vez jamás te ha garantizado nada. Porque perder cualquiera de las tres puede ser simplemente un problema coyuntural. Lo único que sí hay que procurar y procurarse para toda la vida son otros conceptos, que además no son tres, sino cuatro. Yo los llamo amor, verdad, justicia y vida.
Amor. Si aún hay que explicarte por qué es necesario, muy poco podemos hacer ya por ti. Amor en todas sus vertientes y variantes. Desde el simple cariño y afecto necesarios para funcionar por la vida hasta el amor más profundo e incondicional, al alcance sólo de madres y poco más. Desde el encoñamiento más vergonzoso hasta el te quiero como un amigo de los que sólo me apetece abrazar. Mientras sea sincero, qué más da. Todo suma. Que conste que no sólo se trata de recibirlo sino, sobre todo, de repartirlo bien. Si encima tú eres el beneficiario, pues mejor que mejor. Cuanto más acumulas, más debes distribuir. Ojo que esto no es caridad. Es higiene moral. Porque si te lo quedas y no lo repartes, se te acaba pudriendo dentro. Como aquella planta a la que han encerrado sin luz. Se te acabará consumiendo, y por el camino encima te habrá quitado el oxígeno para respirar.
Verdad. Sabes que estás rodeado de verdad cuando escuchas cosas que no tenías previsto escuchar. Las opiniones que no te gustan. Las preguntas que te incomodan. Las respuestas que no has pensado tú. Los enemigos guardan siempre nuestro perfil más auténtico. Un antagonista honesto es un regalo al que hay que cuidar. Y es que lo imprevisible es siempre más cierto que lo que esperábamos que ocurriese. Porque planificar algo es adulterarlo con un tipo de mentira también conocida como control. Y eso no significa que no podamos hacer planes. Significa que sólo tienen algún sentido cuando alguien los rompe. El resto, es creernos nuestro propio engaño. Afortunadamente, la vida no nos espera que hagamos nuestros planes para ponerse a cumplir órdenes. Por eso es más verdad lo que viene de fuera, así como lo que nos provoca por dentro de manera espontánea. Todo lo demás tiene mentira, o mejor dicho, falta sinceramente a la verdad.
Justicia. Justicia de las que no se ganan por oposición. Justicia contemplada como todo aquello que no puede aplicar un juez porque ninguna ley se lo exige. Política de máximos existencial. Porque lo que es realmente de justicia es todo el bien que haces aun cuando nadie te obliga. Cuando nadie te ve. Y si me apuras, cuando nadie se tiene por qué enterar. Si lo tienes que gritar a los cuatro vientos, si esperas algún tipo de recompensa, si te quedas preguntando qué hay de lo mío, eso no es de justicia, entonces ya estás comerciando, y se llama servicio. Te pagan en especie pero te pagan y eso lo convierte todo en un acto transaccional.
Y por último, vida. Vida que incluye tener salud, por supuesto, pero que es mucho más amplia que respirar sin que nada te duela. Consiste en disfrutar y hacer disfrutar pese a todo, en contagiar a todo tu entorno de ganas de más. Consiste en transformar el camino por el que transitas, en dejar el mundo aunque sea sólo un poco más bello de lo que te lo encontraste. Vida que consiste en intentar no robarle la energía a nadie, sino en tratar de recargársela. Vida que consiste en ser más motor que remolque. Batería extra para la alegría de los demás. Es quizás la variable más fácil de comprobar. Si no mejoras el mundo, lo estás empeorando. Te pongas como te pongas. Ya está.
Estos son mis cuatro puntos cardinales. Mis ejes de ordenadas y abscisas vitales. Sin ellos no sabría dónde colocar mis decisiones. Y ya no digamos distinguir el bien del regular.”

- Risto Mejide - 

domingo, 22 de noviembre de 2015

Nunca frío





Para mí, el amor debe ser como el café; a veces fuerte, a veces dulce, a veces solo, a veces acompañado. Pero ante todo, nunca debe estar frío.



- Malaci -


sábado, 21 de noviembre de 2015

A favor y en contra

El amor y el desamor. Todo tiene sus fases. Y la misma persona que en su día rogó las migajas de una relación de pareja, la que te pareció una idiota desperdiciando su vida esperando a que el milagro sucediese, también consigue recomponerse, también recupera la sonrisa y ese amor propio del que tanto hablan pero que tan poca gente conoce de verdad. Y ve desde fuera, desde la sabiduría que la curación te proporciona, todo ese tiempo que perdió, o que no gastó bien o con la persona adecuada, y se siente ridículo. Y piensa que “cómo pude hacer eso, decir eso, mandar ese mensaje, perdonar tanto, olvidar tanto”. Todos llegamos a ese punto, a esa conclusión. Y nos llegamos hasta a avergonzar de ciertos comportamientos. Y rogamos, rezamos, o cruzamos los dedos esperando a que ni nos vuelva a pasar lo mismo, ni volvamos a actuar del mismo modo.
Esperamos haber escarmentado, haber aprendido, haber crecido.
A veces lo conseguimos a la primera. Otras veces nos hace falta más de un coscorrón.
Olvidamos que el amor tiene un componente irracional que todos desconocemos y que nadie puede controlar, aunque creamos que sí. ¿Crees que sabes mucho del amor? Espera que llegue alguien que te rompa los esquemas, alguien que llegue a por todas hasta tu corazón y que luego, no haya luego. Espera que eso pase. Y entonces, cuéntame cuánto sabes del amor.
Todo el mundo cree que sabe cuál es la forma adecuada de llevar una relación. Y la verdad es que la teoría nos la sabemos de pe a pa, como la tabla del cinco o el abecedario. Sabemos lo que está bien y lo que no (o al menos deberíamos). Pero quién no ha perdido los papeles cuando algo se le ha escapado de las manos. Quién no ha sentido inseguridad si algo ha comenzado a ir mal. Quién no ha temido perder. Y la ha cagado. Porque el miedo es el peor compañero, el tercero en discordia que nadie quiere que aparezca entre dos que se quieren. Pero quién controla todo eso. Quién es qué para decirle a la gente cómo debe sentir, aunque sea nocivo para ellos, aunque sea un amor totalmente tóxico. Cuando una persona se ve envuelta en un “amor” así, no lo ve, y por más que le digas, “por ahí, no”, ni caso, como quien oye llover.
A todos nos gusta opinar, a mí la primera. Pero creo que no siempre opinamos ni desde la empatía, ni desde el recuerdo. Parece que bloqueamos nuestras carencias y frustraciones reflejándolas en otros. Como si criticándolos a ellos obtuviéramos algún tipo de salvación. Como si a nosotros nunca nos hubiera tocado el lado perdedor. Y nos sentimos bien, parece ser. Pero creo que deberíamos hacer más introspección y menos debate. Porque todos tenemos taras, traumas, problemas que nos han convertido en quienes somos. Faltan psicólogos y sobran redes sociales. Falta amor real y sobra resquemor basado en miedo y decepción.
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La conclusión a la que llego es que rechazo esa faceta mía que tanto me costó superar. La de la chica que espera, que se conforma, que aguanta no ser querida como siempre ha soñado serlo sólo porque cree que no va a encontrar a nadie mejor. Esa chica, joder, ¿quién querría ser esa chica?
Y ahora no es que sea más inteligente. Ahora no es que sepa más sobre el amor ni sobre la vida. De hecho, no sé nada, porque a los hechos me remito. Los que más escribimos sobre algo, somos los que menos sabemos, los que más necesitamos entender poniéndolo en palabras porque no tenemos ni idea de lo que va la cosa. Cuando hablo sobre el amor, no hablo desde el conocimiento, hablo simplemente desde la esperanza.
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Post.Data.
El amor está para sentirlo, no para entenderlo. No queramos entenderlo tanto, busquemos ser felices por nosotros mismos, sin necesidad de nada ni nadie más, ni de hacernos mil preguntas sin respuesta. Y estoy segura de que, en medio de esa búsqueda hacia la felicidad, llegaremos a  comprender, sin más, muchas más cosas de las que nos pensamos.
- La chica de los jueves -

Tal vez nunca

Tal vez nunca nadie entienda que hoy haya entrado en una librería sólo por estar rodeada de libros y sentirme en paz. Y olfatear sus historias, y beberme sus letras, y sentir las horas de trabajo, la magia, el esfuerzo. Tal vez nunca nadie comprenda que necesite, al menos, una vez por semana sentarme aquí, de cara a ti, dispuesta a abrir mi corazón para quien lo quiera leer. Tal vez nunca nadie logre meterse en la cabeza de alguien que tiene tantos cables sueltos, tantos cortocircuitos, tanto por hacer. Tal vez nunca nadie sea capaz de adentrarse en un armario tan lleno de trastos, en una lista con tantas cosas pendientes, en todas esas tareas que pospongo porque odio, en todas las revistas que nunca compro o en las series que siempre tengo en pendientes.
Puede que nunca nadie sepa que trabajo tanto ahora para poder trabajar menos, para poder escribir más, para poder dedicar mi vida íntegramente a imaginar amor, vida, sueños, tiempos, lugares. Porque cuando se tiene una meta no hay que poner vallas, hay que correr, dejándose la piel en el asfalto, hay que sudar la camiseta, luchar por ello, latir por ello. Porque no puedes simplemente producir para los demás. Cuando tienes un tesoro, no puedes dejar que coja polvo, has de limpiarlo a diario, tienes que seguir sacándole brillo,  y tener claro que primero el uno y después el dos. Que siempre he odiado que me dijeran esa expresión cuando he ido muy estresada a clase, porque creo que es muy fácil decirlo, pero muy complicado practicarlo. Pero sí. Orden. Establecer un orden es justo: es lo más justo.
Puede que nunca nadie comprenda que haya días que no sea superwoman, que por momentos prefiera estar sola, que me guste pensar, que me encante perderme por la ciudad sin necesidad de un compañero de pasos. Puede que no se entienda que, a veces, prefiera callar antes que explotar, bailar antes que comprar, reír antes que gritar. Que cada vez me gusta menos la gente que grita, que habla mal, que desprecia. Que deberían tener un botón de apagado. Que son muy pesados. Que nunca ganarán ninguna batalla mas que la de quedarse sin voz.
Tal vez nunca nadie entienda que sigo llorando con cualquier gilipollez, como si fuera peque otra vez, y que prefiero que así sea, porque si pierdo mi parte de niña, lo pierdo todo. Porque perder nuestra parte infantil es como quitar del bolso las llaves y dejar sólo el maquillaje. Y reconozco que me gusta sentir esa parte humana que renace de las entrañas de la chica que se cree capaz de todo, pero que algunos días, sólo necesita un beso en la coronilla y un “todo irá bien”. 
Bueno. Y recuperando el tema, no sé si alguien en este mundo compartirá mi amor por la música cursi, por el blanco y negro, por el amor inmortal, por los poetas muertos y también por los vivos. Por París, por las flores, por los faros. Por las caracolas de chocolate y las pizzas de barbacoa. Alguien que entienda que cocino menos de lo que en realidad me gustaría, que no aguanto madrugar, aunque me empiece a acostumbrar. Alguien que entienda que veo todas las pelis de amor, amor-comedia, comedia, terror y miedo, habidas y por haber. Alguien que respete que siempre lleve camiseta de tirantes debajo de cualquier jersey. Alguien que sepa cuándo miento y cuándo digo la verdad. Alguien que tenga la capacidad de medir la anchura de mis ojeras y saber de dónde provienen. No sé si ese alguien existirá, aunque espero que sí.
Y tampoco sé si habrá alguien que entienda que siempre mensajeo y que no suelo llamar, simplemente por vagancia, pero en el fondo me gusta que me llamen y hablar por teléfono. Y que últimamente me da pereza hasta eso, mensajear. Que ojalá tuviera la capacidad de comunicarme con la mente. Y ya está.
Tal vez nunca nadie entienda que cuando quiero, quiero con todo, desde las pestañas hasta las uñas de los pies. Que me tiro al agua. Que soy capaz de andar descalza por las brasas si al final del camino está quién sea que tenga que llegar. Que odio tirar toallas, frenar en seco, pegar pies al suelo. Que sigo brindando por todas las veces que me perdí en un beso sincero. Que esos besos son los que componen los cimientos de las calles por las que caminas, el mundo, la tierra, el todo que te envuelve, la manta que te tapa.
Pero tal vez nunca nadie llegue a saber lo que esconden tantas palabras. Porque las palabras hablan mucho más por lo que callan que por lo que cuentan. Siempre hay alguna pausa, algún blanco, alguna coma que pones o que quitas, algo que yace detrás de la obviedad. Si encuentras alguien que vaya más allá de tus obviedades, si hallas entre tanta alma perdida algún valiente que decida cavar entre tantas y tantas líneas buscando lo que nunca cuentas, nunca le pierdas. O al menos intenta no hacerlo.
Porque cada vez es más complicado encontrar primavera entre tanto invierno.
Porque tal vez nunca nadie entienda de qué está compuesto mi corazón. Tal vez nunca nadie comprenda, no por no poder, sino por no querer. Tal vez nunca nadie lea este post con los ojos con los que yo lo he escrito, pero, ¿sabéis algo? Me da lo mismo. Porque mientras yo me entienda, qué más da que el resto no lo haga.
Porque hace algún tiempo descubrí que mientras tú estés agusto contigo mismo, da igual todo lo demás. Y desde entonces, y aunque nunca nadie lo entienda, cojo mis cascos y a veces un libro de poesía o frases bonitas, y me voy a un sitio bonito. Yo sola, con el paisaje, con el aire en la cara y una bonita música de fondo. Si hace falta llorar, se llora, si hay que desahogarse, adelante, qué mejor que contigo mismo, que te conoces bien. 
Porque bien pensado, creo que esta vida es como un gran parque de atracciones por el que vale la pena pagar entrada. Y si nadie se sube contigo a la montaña rusa, qué más da. Ponte el cinturón de seguridad y disfruta de la vuelta, aunque nunca nadie entienda que viajes sola.
Y que encima, te guste.
-  La chica de los jueves -