jueves, 20 de septiembre de 2018

Donar es de guapas

Desde que era bien pequeña nunca nunca me ha gustado cortarme el pelo. Cada vez que tocaba día de peluquería mi casa era todo un espectáculo. Mi padre se armaba de paciencia, cogía un peine y unas tijeras y montaba su chiringuito de peluquero. Teatralizaba al máximo para despistarnos a mis hermanas y a mí de lo que nos estaba viniendo encima: el horror de cortarse el pelo. Después de las primeras malas experiencias de lágrimas y quejas sin ton ni son, mi padre fue aprendiendo a hacer de esos momentos de pelu algo menos dramático para nosotras. Que si unas gominolas por aquí, unas revistas por allá, y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos con 8 dedos menos de melena. Eso sí, los lagrimones al vernos en el espejo no nos los quitaba ni con esas.

De un poco más mayores mi madre decidió empezar a llevarnos a la peluquería de verdad, porque "allí no podéis llorarle a la peluquera y así se acaban los disgustos", decía. Pero sinceramente, a mí nunca me han llegado a gustar las peluquerías. Lo intenté un par de veces, pero como mi madre le decía a la peluquera por lo bajini toooodo lo que me tenía que cortar, la cosa perdía su gracia. Así que, después de aquellos intentos, preferí que mi padre siguiera siendo mi peluquero personal. Todavía con alguna riña de por medio, pero así es la vida.

Hoy, después de mucho tiempo, he vuelto a la peluquería. Y no precisamente a cortarme los 2 dedos de largo de siempre, sino unos 30 cm (que equivale a muchos muchos dedos, creedme). Y aunque me han dado ganas de gritar "¡¡¡que me devuelvan mi pelo!!!", aun así, he sonreído. Porque mi larga trenza ha pasado a una vida mejor y sé que irá a parar a alguna cabecita que la necesite más que yo. Con saber que con este gesto alguna pequeña luchadora puede a ser un poco más feliz, con eso me vale.

Porque lo malo a veces es tan fácil de compartir con los demás... ¿y por qué no lo bueno que tenemos?


Pd: repetiré. 


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