sábado, 21 de abril de 2012

Los escritores capturan el mundo en una página en blanco. Yo también, sólo que uso otro tipo de papel: el fotográfico. La fotografía detiene el tiempo, vence el temor de que todo se pierda algún día. Es suficiente con un clic. Esa imagen y, sobre todo, lo que evoca serán nuestroa para siempre. Ésa es la idea que siempre me ha gustado del arte de la fotografía. Los momentos que puedo compartir con los demás, con ella sobre todo. En mi opinión, ella es una modelo bellísima. Un rostro que cambia con frecuencia de expresión y que inspira inmurables fotografías. Tendríais aue verla. Tiene unos ojos indescriptibles. Todavía hoy me pierdo en ellos. Ella camina por nuestra casa tranquila, ordena las cosas, lee, me habla. Y yo me siento feliz. Sé que podría morirme hoy mismo y que me daría igual, porque he tenido todo cuanto deseaba. Mejor dicho, he tenido todo cuanto sabía que deseaba, porque a menudo nos equivocamos al desear las cosas. Creemos saber qué es lo mejor para nosotros y, en realidad, nos lo imponemos. Es el riesgo que uno corre cuando no se escucha realmente a sí mismo. Con ella, en cambio, he aprendido a buscar lo que quería mi corazón.
Así, cuando cojo mis fotografías, todas ellas, puedo reconstruir cada momento del viaje que he realizado con ella. Ella, que me ha enseñado a vivir y me ha convertido en una persona mejor. Ella, que nunca se rindió cuando estábamos desesperados porque no teníamos dinero. Con el paso del tiempo, esas fotografías han acabado conteniendo una vida que hay que volver a mirar para sentirse de nuevo como en todos esos instantes que intenté detener. Sin perder nada. Incluso cuando dejemos de existir, esas fotos sabrán conservar lo que cuentan. Hago fotografías desde hace muchos años. Las conservo en unos álbumes que guardamos en el salón, y alguna que otra noche nos sentamos en el sofá para hojearlos. Cuántos recuerdos y alegrías, aunque también cierta tristeza por lo que ya no puede volver. No obstante, el placer consiste en mirarlas una y otra vez. Y, por encima de todo, en comprobar que nuestros rostros aparecen siempre, y verlos cambiar, una página tras otra. Ella y yo. Qué amor. El amor. Todavía recuerdo la primera vez que la vi. Ambos éramos muy jóvenes y yo, desde luego, muy torpe. Paseaba rn bicicleta y la vi caminando de una manera que nunca he conseguido olvidar. Un paso que me reconfortaba. Lo primero que me pasó por la mente y que me asustó fue que podía perderla, que si no hacía algo entonces, en ese preciso momento, jamás volvería a verla caminando así. Tenía que lograr que se detuviese, inmortalizarla de algún modo. Pero no tenía nada para hacerlo, aparte de mí mismo. De manera que bajé de la bicicleta y me presenté. Al principio ella pareció asustarse un poco, pero acto seguido se echó a reír. Se echó a reír... Y yo supe de inmediato que jamás podría estar sin ella. Y así fue. He conocido a otras mujeres y nunca ninguna me ha parecido tan maravillosa como mi esposa. Cuando se rió, decidí que necesitaba a toda costa una cámara de fotos, para fotografiarla a ella. Tuve que conprarla a plazos, con el dinero que gané con mi primer trabajo. Pero la compré. Y empecé a fotografiarla en todo momento. Era hermosísima, incluso cuando me hacía muecas. Después, los paisajes, los objetos, mis otros seres queridos, nuestra hija, mis nietos, todo cuanto me rodeaba fue capturado también por el objetivo. La fotografía es mi manera de expresarme. También el dibujo, mi otra pasión, pero no es lo mismo que cuando pulso el disparador de la cámara. Cuando miro una foto veo un fragmento de mi vida y recuerdo perfectamente ese día. Luego sonrío. Sé que seguirán estando ahí cuando yo me haya marchado. Tal vez alguien que sepa mirar bien dentro de ellas pueda llegar a ver la sonrisa de mi alma. En caso de que así sea, serán mi verdadera herencia.

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