domingo, 11 de marzo de 2012

Pero, ¿cómo puede estar con él?

El corazón tiene razones que la razón no comprende. "¿Por qué me enamoré de este hombre con lo loco que está?". "¿Por qué me gustan los hombres que no me entienden?". Frases como estas señalan las contradicciones que se producen a veces en la elección amorosa. Pero, ¿cómo elegimos a nuestra pareja? El impulso amoroso es un enigma, parece que tiene vida propia porque se manifiesta como si fuera ajeno a la voluntad de quien lo siente. Cuando nos embarga un impulso amoroso hacia otra persona no hay reflexión ni argumentos, y la cabeza sólo registra lo que le manda el corazón. La atracción entre dos personas depende de cómo se combinen sus condiciones eróticas. La dirección de sus desos es lo que les lleva a elegir, y suponen que lograrán ese ideal con la ayuda del otro. A esto se una la evocación de experiencias que dejaron en su memoria inconsciente un poso de placer. A veces puede enamorar una forma de caminar, unos ojos, una voz... cualquier rasgo físico o mental. Y eso se produce porque tales rasgos están asociados a alguien que amamos en los primeros años de nuestra vida. Los encuentros amorosos en la edad adulta son, en parye, reencuentros con los misteriosos lazos que nos unen a nuestros primeros objetos de amor: madre, padre, hermanos u otras personas. Si todo fue bien, el afecto y la ternura quedaron enlazados y aprendimos a querer. Con las caricias, las miradas, las palabras y las atenciones de las que fuimos objeto, o quizá dejamos de serlo, organizamos una red de apetencias y deseos que nos hacen elegir a una persona u otra, por semejanza u oposición a modelos internos que influyen en nuestra vida afectiva. Si hemos tenido complicaciones en nuestro mundo emocional hasta la adolescencia, puede ser que la elección parezca incomprensible, pero siempre encierra una lógica.

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